miércoles, 24 de junio de 2015

Llévame Contigo



Por más que se creía estar preparado para cuando llegara la noticia, Guillermo nunca imagino sentirse de esa manera. Todo indicaba que había llegado la hora, sus descuidos conscientes parecían haber dado fruto, el fruto que ahora crecía dentro de ella y dentro de su cabeza…Ya casi resignado a afrontar la realidad pensaba en como contárselo a su madre, como le diría a los pocos amigos que tenía, que cara tendría que poner para afrontar a los padres de C, todas esas ideas lo habían estado atormentando mientras esperaba, con un poco de esperanza, el “me vino mi amor” que cada vez parecía más y más ajeno.
Durante sus 32 años de vida Guillermo había sabido sobrevivir con decencia, se había encontrado con un empleo que lo consentía y sabia regular muy bien sus gastos en comparación a sus contemporáneos que despilfarraban hasta el último peso que ganaban en licor y putas o en sus novias que después terminarían calificando ellos mismos como putas.
Guillermo tenia ahorros e ideas a futuro, su miedo a ser pobre siempre lo mantuvo cauto. Pero ahora era diferente, ya no se trataba de auto mantenerse, ahora serían tres, ahora sería padre. Pese a todos sus temores económicos lo que más le preocupaba era como ser un padre. Su imagen de cómo era ser uno había sido muy confusa y tormentosa. Guillermo recordaba a su padre como un hombre paranoico y atormentado lleno de temores y preocupaciones  que pasaba la mayor parte de su tiempo encerrado en el sótano de su pequeña casa, lo recordaba caminando sigiloso entre la gente sin mirar a nadie a los ojos, cuando conversaba era cortante y nunca decía lo que realmente pensaba. Pero lo que más le venía a la mente era cuando le susurraba al oído diciéndole que querían controlar sus ideas. Su padre había llegado a pensar que incluso el idioma era la mejor forma de controlar a las personas. Le decía:

- Si yo digo 1,2,3,4 es fácil saber que numero sigue ¿Verdad? Cuando alguien te saluda te dice: Hola y automáticamente tú dices ¿Cómo está? Predecir lo que piensan las personas es fácil hijo, pero aún más fácil es hacer que piensen lo que tú quieres que piensen…. Y al final hasta eso es aburrido….

Guillermo nunca protesto por lo que le decía, ni siquiera trataba de contrariarlo, de alguna forma trataba de entenderlo. Hasta que llego ese día cuando comenzó a pensar que todo era falso, no solo lo que se decía sino su propia existencia, le veía embriagado de pensamientos cada vez más delirantes. Su madre no quería entenderlo, no por el dolor que le daba ver transformado al hombre que un día amo sino por su hijo, por Guillermo. Aunque siempre trato de olvidarlo recordaba ver a su padre estrellando la cabeza de su esposa contra el suelo del sótano. El corrió a llamar a la policía y  antes de que levante el teléfono ellos estaban ahí. No era la policía, eran unos tipos vestidos de blanco que lo metieron a una camioneta y nunca más lo había vuelto a ver.
La idea de ser padre y ser como el suyo lo había llevado a buscarlo, necesitaba respuestas para bien o para mal. Si era hijo de un loco tenía que saberlo ¿Dónde estaba ese hombre que lentamente fue desvariando?  Recorrió calabozos, cementerios y hasta manicomios pero en ninguno parecía haber estado o por lo menos no con su nombre. Cuando ya estaba por rendirse le comentaron de un hombre que dirigía un teatro donde los actores no eran actores y no tenía precio el valor de la entrada. Todo  sonaba a él y camino sin rumbo hasta encontrarlo.

PARTE II

Lo reconoció en cuanto lo vio pese a que parecía 200 años más viejo, llevaba un smoking rojo con rayas blancas y pantalones blancos que ya eran crema por la tierra, un sombrero negro de copa como los que llevan los presentadores de circo. Se acercó y se paró frente a él.

Guillermo: Hola quiero una entrada.
R: Si quieres entrar solo entra.

Se miraron fijamente por minutos que parecieron horas. Él también lo había reconocido desde el primer minuto, pero lo ignoraba como lo había hecho casi siempre.

Guillermo: ¿Me vas a decir que es lo que paso? ¿Qué haces acá? ¿Qué es toda esta payasada?...

R: ¿Qué quieres que te diga? … Simplemente me di cuenta de todo y del todo hijo, y no podía estar más a su lado…

Guillermo: (con lágrimas pero de odio) ¿El Todo? (tono de burla) ¿Y qué es el todo? ¿De qué te diste cuenta? (Voz alta) ¡¿Acaso somos el sueño de un gigante?!¡¿Estamos hechos de fuego?! ¡¿Que te diste cuenta?! (Histérico).

R: Me di cuenta (respiró profundo) que somos solo personajes hijo mío (y ahora él lagrimeaba). No existimos hijo, somos lo que él quiere que seamos.

Guillermo: ¿Quién es él? ¿Quién es él? ¡Dilo!

R: ¡¿Es que aún no te has dado cuenta?! – Y lo miraba con miedo, sabiendo que lo iba a lastimar- ¿Por qué crees que tu novia se llama C? Nadie se llama C, porque C no es una mujer sino la suma de varias mujeres, es de piel canela con senos grandes, dulce y tierna. Te llama mi amor con un acento extranjero…Pero tú, hijo, tu si tienes nombre, pPorque eres quien él quisiera ser, eres su ideal y yo, yo me llamo R porque soy quien el siente que realmente es, un tipejo solitario que escribe porque no tiene más que hacer…

Guillermo: Dime quien es él… (Parecía no entender o no querer hacerlo).

R: Él se llama R…

Y le dijo el nombre completo pero Guillermo no lo escucho, por más fuerte que veía que le hablaba no podía escuchar el nombre. Su padre lo guió hasta la puerta de su circo y le mostro el interior, ahí pudo ver que todas las personas eran grises y a muchos les faltaban partes de su cuerpo, daban la apariencia que nunca les había dado la luz del sol.

Guillermo: ¿Quiénes son?

R: Son personajes cuya historia nunca se terminó o  nunca empezó, son ensayos que fueron olvidados por sus escritores… son los no leídos.

 Y mientras su padre se lo decía Guillermo los veía con cierta tristeza.

Guillermo: ¿Y esa gente? – Había unas tres personas en las tribunas todos muy separados, parecía que no se conocían.

R: ¡Ah! Ellos… (Sonrió) Ellos son los que de alguna manera nos mantiene con vida, los que evitan que desaparezcamos en el olvido. Son carroñeros de libros. – Le señalo al primero – Ese es Cambert, siempre buscando los inicios, de donde salió todo. No se va nunca por los best sellers, quiere saber el origen y viene a vernos para entender a sus escritores. Ese otro es Goncho, quiere cambiar el juego, hacer otro tipo de literatura, no quiere repetir los patrones, ¿Entiendes? Por eso viene, para saber qué no debe hacer. Y aquel otro es Gonzalo, puro sentimiento, pura entraña, utiliza la literatura como terapia, es su fuga y a veces su motivo de vida, se la pasa leyendo blogs de gente que escribe para liberarse así como él lo hace.

Guillermo: (con lágrimas en los ojos) ¿Y tú? ¿Por qué estas acá?

R: Ya te lo dije hijo, yo soy el kitsch de Kundera, esa parte de la literatura de la que nadie quiere hablar, que se omite para que el personaje represente un perfil exagerado. Nadie habla de cuando Jesús cagaba o de las menstruaciones de María ¿Entiendes?

Y en ese momento Guillermo lo amaba más que nunca, todos esos años de odio se convertían en lágrimas, en querer pedirle perdón.

Guillermo: ¡Llévame contigo! – Dijo sollozando y dio un paso adelante queriendo entrar a la carpa pero R se lo impidió.

R: No, no  puedes venir. Él sigue escribiendo porque tú estás ahí,  te has vuelto su necesidad y de alguna forma nos mantienes vivos a todos. ¡Por favor haz ese sacrificio por nosotros!

Guillermo sabía que nunca más lo vería, le abrazo fuere y sintió el olor a cigarro en todo su cuerpo, su piel suave y agrietada y sus ojos inmensos y vacíos. Caminó sin rumbo escuchando de fondo como golpeaban las teclas del teclado y comenzaban un blues que no lograba identificar. No había dejado de odiar pero ahora era a él, a R…, a ese tipejo de quien no podía pronunciar su nombre pero era el dueño de cada uno de sus movimientos, de su vida entera.




El anterior relato ha sido escrito por un amigo de Gonzalo Gozza. 

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