El encuentro ocurrió sin proponérselo ni atender su llegada. Era
una mujer centrada con maneras correctas y déspotas, caminaba observando a los
demás. Hizo un llamado por su apellido para que levante la cara y pueda así
reconfortarse con su encanto pero no le sorprendió mucho y siguió pensando por
unos segundos en la conversación que tenía por el móvil, disimulando con una
sonrisa la poca exaltación. A parte de las preguntas rutinarias y de las
actualizaciones sobre los miembros de la familia que lograron conocer del otro,
hubo un desfogue por parte de ella. Un secreto que deseaba ser contado y con
frecuencia lo era, así que estaba perdiendo su calidad de oculto con cada día
que pasaba.
Imaginaba con actitud ególatra un global interés en su vida, sobre
todo con personas que habían estado estado en una época lejana. El mayor
entusiasmo se lo propinó ella. “Quiero ser cantante” dijo y era algo que tenía
guardado desde siempre, algo que había aflorado a raíz del apoyo de su marido,
quien era retratado como él salvador de aquel sueño refugiado. Tenia que ser
agradecido por esa etapa de su vida ya que había abrazado la humildad y que por
sus propias palabras; antes no le hubiese siquiera mirado. Era muy raro para el
no divagar; que fácil es brindar el pésame mediante una conversación grupal de
chat, como uno puede adherirse a una pena completamente en formalidad sin dejar
de atender los asuntos privados, con personalizaciones que disfrazan muy bien
la lejanía voluntaria y brindan la sensación de pertenencia, de igual forma la
felicitación de los éxitos y la manera tan similar que tienen todos de
confundirse con el real amigo sincero usando algunas plantillas de uso
prolongado entre las personas, muchos “que sigan lo éxitos” y “a celebrar”,
algunos “estamos en contacto”, la única condición que se debía cumplir para
confundirse con la multitud era no distanciar mucho el tiempo de reacción del
saludo inicial.
Fue un gesto encantador de humildad, ella lo sintió así. Le había
compartido algo de su brillo artístico a esa persona que no podía siquiera
darse el lujo de soñar. Los sueños son solo para los que pueden cumplirlos, se
decía a si misma sonriéndole a su amigo. Caminaron unas cuantas cuadras y se
despidieron en la puerta de su casa; después de elegir escoltarla como una
salida muy discreta y elegante pudo volver a su conversación previa. El marido
vivía con ella en el segundo piso y las cosas iban a mejorar
pronto. Ella entró a su casa y se sintió muy reconfortada de seguir
atrayendo la atención de personas de etapas remotas. Pretendía ser el ocaso
para esa versión artificial y hermosa que había creado cuando tuvo el accidente
y el auge de un nuevo esplendor. Los tiempos habían sido duros mientras tuvo
que usar los vendajes y afeitar su cabeza, surgió el desprecio como
una defensa de su vanidad. Pero ese tiempo ya había pasado y el despertar la
había vuelto más humana, cercana a los desvalidos e insulsos conocidos de la
ciudad. La carrera a la meta que añora podía esperar unos minutos mientras
compartía un poco de su tiempo con alguien que otrora no hubiese siquiera
saludado. Fue un almuerzo especial en que su esposo conto al detalle sus
vivencias laborales y mostro el apoyo que ella tanto valoro en los momentos
difíciles escuchándole con entusiasmo. Nunca hay que contradecir a una mujer
feliz.
El rumbo que él tomo fue distinto y pensó en toda la información
innecesaria que le había compartido una persona que había frecuentado hace
muchos años. Un día algún monitor en una oficina durante un breve descanso le
mostro una fotografía con la cabeza rapada y subida de peso, al cabo de unos
minutos retomo el trabajo y en un simple instante había relegado la presencia
de esa persona en su vida. Cuando una persona decide terminar cualquier
contacto con uno, se da cuenta que el único vínculo que en algún momento les
hizo junto solo fue arbitrario, las cosas que compartieron las han podido con
cualquiera. La cola y el calor incomodaban sus reflexiones.
Tenía que hacer esa diligencia para poder llevar las medicinas a
su tía que no andaba bien de salud, la vida transcurría lentamente mientras
cada persona exhibía sus propios malestares, los que estaban solos en la cola
de una farmacia de hospital ya desahuciados por su propia familia antes que por
los doctores y los que llevaban escondiendo la enfermedad para poder seguir
trabajando desde hacía algún tiempo. Las personas mayores envejecen tan rápido
que parece que lo hicieran a la vista, mientras expresan sus quejas y las
opiniones que nadie les consulta logran despertar simpatía, siempre hacen
recordar. El juego de las relaciones interpersonales durante la pandemia ha
hecho que cada uno de nosotros sea más estricto con sus distancias en todo el
sentido de la palabra. No podemos volvernos olvido antes de morir, la forma
injusta en que la vida no les había cumplido la promesa que ellos creen que se
les debe no debe ser suficiente como para morir solo. El orgullo siempre trae
una sensación irreal de consagración y recién nos percatamos del error en el
ultimo episodio. Algunos saben del amor que fluye y no tratan de ser retenidos,
comparten la luz que aún les queda y se dejan ir sin luchar.
La cola se autorregulaba siguiendo una línea serpenteante a través
de todo un circuito que el personal de seguridad había preparado. El tiempo
transcurre y esto pone intranquilos a todos, las señales de rencor siempre son
obsequio para extraños y estos abundan en los hospitales, en las farmacias, en
los supermercados, en los bancos. La manera en que habían puesto a estorbar a
un grupo grande durante largo tiempo había colmado ya la paciencia de algunos y
una mujer ya se había inmolado, perdiendo la calma por todos en frente de la
enfermera que despachaba, la base de datos indicaba que ya había sido recogida
la dosis mientras que la señora negaba haberla recibido. El tiempo mostraba la
indiferencia como el mejor de los escudos para no absorber ninguno de los malos
pensamientos que pululaban en la sala de ese hospital del seguro público. Los
doctores iban y venían de emergencia, las parturientas caminaban lentamente
hacia la salida.
Una vez con las pastillas pudo recobrar la calma y caminar sin
apuro, pudo pensar que tenía una niña y que debía ser paciente con sus
ocurrencias. No quería estar solo en una cola de hospital y morir cada mes un
poco más, hasta que alguien tome su lugar y continúe la eterna fila al más
allá. Iba a ser año nuevo pronto y tenía que comprar algunos regalos para su
familia. Su pobre tía no iba a mejorar pero el mundo iba a seguir brillando,
iba a seguir acumulando artistas que no pueden trabajar, un sin número de
esperanzas pasan a ser solo conversaciones nostálgicas y los sueños se secan en
las cajas de una cochera, es mas fácil afrontar todo eso acompañado. Los niños
crecen y no vuelven más que para ayudarte a cruzar. El tiempo solo se puede
desperdiciar si es para recogerle las medicinas a un familiar enfermo. Había
una oferta de un litro de helado que seguro les iba a gustar en la tienda
camino a casa, no tenía por qué dudar en darle a los niños y a los viejos lo
que les gusta.