Lunes 4 de Febrero, 2030
Otra mañana en la que me despierto muy temprano y ya no puedo dormir más. Estoy sobrio y no tengo ningún malestar ni deseos de vomitar: puedo tomar un buen desayuno con un semblante aceptable y lozano, puedo retenerlo y continuar con mis actividades sin deseos de volver a la cama. Con una mejor predisposición a actuar en situaciones difíciles y encontrar soluciones. Mi cuarto esta aseado y ordenado, se puede transitar libremente sin ningún problema, boté la mayoría de las cosas simbólicas que mantenían el recuerdo de algo que ya había muerto y la ropa vieja gastada destinada al exilio con lo cual se aligero mucho la densidad energética de mi habitación.
Es muy reconfortante estar sobrio, pero a la vez es difícil vivir con el corazón roto consciente de que la soledad no es algo pasajero, sino que siempre estuvo allí. Siempre tuvo que ver con los vínculos emocionales que creé a traves de los años; con ciertas personas, situaciones y sustancias. Ahora he perdido la mayoría de las relaciones interpersonales y familiares, no tengo ninguna responsabilidad con nadie y nadie tiene ninguna responsabilidad afectiva conmigo, a nadie le importa mi estado de ánimo o si estoy enfermo, al contrario, es una molestia que no esté presentable o predispuesto con buen humor a ayudar con los problemas ajenos.
Mis expectativas son altas y la vida no va a ser justa, a veces me siento tan insignificante, pero es parte de estar sobrio, de estar bajo control de lo que antes me dominaba y poder verlo desde una distancia prudente, como el hombre del faro que avecina tormenta y luego descansa rodeado de ella. Como el carcelero que ve en la desesperación ajena de los prisioneros la garantía de que su comunidad puede descansar tranquila y sin peligro, mi vida puede continuar presenciando aquellos impulsos destructivos que antes lograban imponerse ante cualquier crisis y también cargando con la apatía del desamor disimulando todo con bromas y ocurrencias espontaneas.
Quisiera que estuvieses aquí, que no me hayas dicho ese adios y que no duela tanto volverme lo que sere en definitiva. Tendre que aceptar que las cosas muertas no renacen, que el dolor que sembraron en mi por la soledad que de niño me acomplejaba solo era un ensayo de tu ausencia. De la ausencia de todo y de la nitidez del tiempo cuando las metas son claras. Me duele mucho pero nadie lo sabe ni lo sabrá, soy una persona amable y creyente. Lloro solo o a escondidas y trato de que nadie pueda ver que me detengo o que me encuentro en una continua lucha por no ceder nuevamente a las soluciones fallidas a las que he recurrido con tanta irresponsabilidad.