Es el segundo día limpio, la abstinencia es un poco incómoda y más ahora que tengo gripe. Hace unos minutos vi a mi madre morirse un poco. Me hace pensar en las señoras viejas que veo en las calles cuando regreso en el bus de noche. Con tanta soledad y apatía en sus rostros que me hacen olvidar por completo la palabra "esperanza".
Pienso en sus vidas, en el destino que les tocó vivir y si alguien en el mundo daría la vida por ellas, ya que ellas están tan dispuestas a darla por sus hijos o parientes que esconden tras esa caja de golosinas y cigarros que cargan a pesar del frío y la noche.
Algunos nacen sin una estrella, sin un ángel de la guarda y desde pequeños se dan cuenta que así va a ser mientras estén en este lugar lleno de neón y humo. Es imposible para mí, no apiadarme de ellas, de mi madre que con su amor transforma todas las cosas pero con su llanto las regresa a como estaban.
La abstinencia me brinda no sólo esa lucidez incómoda que ya había adormecido, sino también un sentido deseo de cambiar las cosas, de ser como aquel sueño del ecran en que por más tormentos que ocurriese salías airoso y besabas a la Bardot.
Me pregunto si los despojos de la tierra, aquellos seres que viven en los suelos de las calles, que comen lo que nosotros botamos y que se abrigan con lo que ya no nos queda sienten igual; mantendrán la esperanza o resignados esperan su extinción. Sería tan feliz si les viera reír a carcajadas. Si en su inmundicia me regalaran una metáfora tan exquisita. <Ellos deben poseer los sueños más increíbles, aquellos que no necesitan cumplirse porque así como son, ya cambian las vidas.
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