lunes, 20 de enero de 2014

La Paranoía Socarrona

Tomo mucho tiempo el darme cuenta que la única forma de escapar de todo era aceptar la muerte. Un momento somos lo que pensábamos haríamos en ese instante y en otro somos un nuevo deseo por satisfacer camino a su desenlace. Todo es rápido, todo se termina volviendo muerte, todo se mantiene bello y desparece, como la caléndula cuando se quiere.
Andaba con Beto por una vía transitada llena de gente de colores y de cosas familiares, recordábamos los días en los que nos habíamos distanciado informándonos mutuamente sobre el transcurrir de nuestras vidas yendo a una licorería conocida. Las cosas fueron la misma rutina de la recolección de fondos y el pedir que sacaran el corcho, El silencio antecedió un suspiro, unos pasos, el no preocuparse de nada y  tres sujetos armados apuntándonos, uno nos despoja los bolsillos, el otro va a la caja registradora y el último comanda todo apuntando con la mirada y el arma a cualquiera que no obedeciera ¿Viejo donde esta la plata? ¡No hay nada hermano; si son las 10 de la noche y es miércoles! El tiempo que se volvía cómplice de esos delincuentes haciendo que las cosas transcurran lento para que puedan olfatear y husmear como carroñeros. ¿Cuál es el etiqueta azul? Sin dudarlo lo busco en la repisa y lo señalo, recibió la orden de bajarlo y solo era una caja vacía, ya se habían metido en la pequeña oficina trasera y dando indicaciones de que había encontrado un compartimento secreto actuaban seguros de hallar algo. Uno al frente de una maquina registradora saqueada y el otro apuntando al frente a cualquiera de nosotros con la mirada baja deseando que todo termine de una vez para bien o para mal. El aire flotando ante los ojos vigilantes de dos hombres armados y dos desarmados con las miradas bajas escuchando los pensamientos de todos. Delincuentes armados robando en nuestras narices, algo va a pasar. 
La vida en ese momento no se piensa y solo se desea que se acabe el momento incomodo, no pienso en nadie solo miro como pasa todo ¡¿Qué me miras mierda?! Bajar la mirada y recordar a los seres queridos, mi madre, mis hermanos, mi padre, mi novia, mi perro... me doy cuenta que por nadie moriría y que ninguno realmente me hace falta en forma indispensable, a lo que me aferro es a mi propia existencia y a lo que tantas veces me causa insatisfacción al existir: al tiempo que transcurro deseando que se cumplan mis deseos. Tantos pensamientos relevantes en tan corto espacio de tiempo. Una amenaza, un grito mentando la madre, fuego ¡Bang! ¡Bang! El sonido seco y el timbre que queda en los oídos al sentir tan cerca la caricia del plomo. Pecho tierra entre dos rumas de botellas, licor a mi izquierda y soda a la derecha, lluvia de la segunda y las balas continuaban por interminables diez segundos. Las botellas rotas dejaron vidrio en el suelo y no dude ni un segundo en arrastrarme encima para ver si mi amigo seguía vivo, le llame a los ojos abiertos que tenía y nos miramos uno al otro buscando alguna lesión o carencia de miembro y hubo entonces un respiro, al costado de la caja registradora un Sr. de mas de cincuenta años tembloroso y con sangre en los dedos sostenía un revolver taurus con las dos manos ¡Llamen a la policia!¡Esos malditos van a volver! Salí a mirar si no había nadie en la entrada y cerré la reja del local ¡Vecino!¡¿Están bién?! Nadie estaba bien. Monedas en el suelo, una laptop, vidrio y la certeza de que pudimos morir así de simple, casquillos de bala, un espejo roto y la marca clara de la altura que alcanzo el proyectil en su ruta mortal hacia el cráneo del señor del revolver. Una sonrisa, estábamos vivos y solo me sangraba un poco la rodilla. 
Poco después llego gente, policías, serenazgos, vecinos y clientes a comprar licor. Nosotros ya habíamos pagado, así que teníamos que llevarnos nuestro vino pero había que esperar a que se despeje todo ese desfile de gente ordinaria y de autoridades ornamentales que asisten a estos eventos. El rumor pronto se corrió y nos preguntaban sobre los hechos, nos ofrecían cigarrillos y teníamos la atención de la pequeña masa. No me importaba hablar con nadie ni relatar lo que sentía, en eso mi amigo Beto y yo somos muy diferentes. Gracias a sus artes histrionicas recibió agua de azar, cigarrillos, un café y el tener que brindar su testimonio a un policía alto y gordo que preguntaba estupideces. 
Ya con el vino y cigarrillos salimos en silencio de la escena del crimen, recogimos nuestras almas consternadas de un momento inolvidable y seguimos como si nada exteriormente por la misma vía transitada conversando sobre lo sucedido. La paranoia socarrona y el ver las cosas buenas de una situación riesgos involuntaria, la vida vale lo que un vino.


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