domingo, 28 de febrero de 2016

Japón 1999

Audition(1999) es el debut como director de Takashi Miike , director japonés, quien dirigiría tiempo después Ichi the killer (2001), cinta con la que le pude conocer. 
Algunas películas son incomodas para algunos espectadores y reclaman con rudeza la tolerancia y la cordura para poder apreciar al detalle cada uno de sus escalofriantes escenas y por supuesto muchos no lo pueden resistir. Es muy fácil huir de este tipo de obras cuando se tiene desde un inicio la certeza de que lo bizarro será algo común y rutinario, sin embargo lograr la comodidad envolviéndonos en una casi obsesión mágica por acompañar a  Aoyama en su búsqueda tierna de esposa, búsqueda que le condena a un desenlace desprovisto de piedad y de mal interpretaciones. La mayoría comprendemos en especial las mujeres, el poder inquietante del boicot psicológico, de la confusión emocional que puede hacer que nos domine lo visceral dejando por completo la prudencia y el sosiego. Amar es como estar enfermo a voluntad. 
La trama aquí se distribuye en partes muy dispareja entre los momentos perturbadores y la calma narrativa. Pero hay algo que inquieta e incómoda relacionando algunas imágenes con la parte más oscura del pensamiento y mostrándolas en el momento exacto en que más vulnerables nos encontramos, presos de la contemplación del surgimiento de un amor insano. Las fantasías, las alucinaciones y los falsos recuerdos son solo un momento estático en el que el tiempo transcurre fuera de los límites de lo real. El deber de un buen director es tenderle una trampa al espectador y conectarlo a tal punto de querer seguir viendo lo que nos va a perturbar, llegamos sin saber a encontrarnos con el diablo pero no nos queremos ir todavía, queremos ver lo que puede hacer. El dolor purifica y libera a los argumentos de complicidad y de promesas de amor dependiente, dándole paso a la sonrisa macabra que disfruta de hacer sufrir al otro. ¿Me amarás solamente a mi?


lunes, 8 de febrero de 2016

Troy

Ya habíamos cumplido 17 meses conviviendo, casi año y medio, y a estas alturas el sexo era ya monótono, las peleas frecuentes y varias veces había preferido quedarme a dormir en un hostal solo que volver a la casa. Cuando empezamos la relación nunca pensamos que así seria, y si lo pensamos nunca creímos que llegaría a tanto,  ahora entiendo lo que decía mi padre, ahora sé porque no se alegró cuando le dije que me mudaría con ella.
Como solución pensamos que lo mejor sería ser tres. No un bebe, no en esas condiciones; quien vendría a solucionar todos nuestros problemas seria Troy, un perrito lanudo, blanquito con manchas negras. Nunca supe que raza era, solo que tenía una misión que iba más allá de su propia naturaleza y que algo teníamos que intentar.
Al inicio fue genial, como todo lo es al comenzar, lo bañábamos juntos, lo llevamos a todos lados, le comprábamos juguetes y la comida más cara para que este feliz. Incluso nos quedábamos mirándole comer y hasta cuando cagaba nos daba risa. Ni hablar de cuantas veces fue testigo de una pasión que parecía resurgir. Troy hacia su trabajo y nosotros lo amábamos y nos amábamos por él.  Incluso comenzamos a pensar que sería aún mejor si Troy fuera un bebe, un bebe humano. La idea era tan cercana que dejamos de cuidarnos para ver si algo sucedía.
Troy de cachorro era encantador, pero la naturaleza es dinámica y sabia, así que empezó a crecer y su mierda ya no daba risa, sus gruñidos  se convirtieron en ladridos y su encanto se convirtió en martirio, la pelea ya no era por quien lo cargaba sino por quien lo sacaba. Se dice que un perro es como su dueño y Troy era un espejo de nosotros, de nuestras iras y malestares, del estrés y la tensión de nuestra relación y al vernos reflejados en él comenzamos a odiarlo aún más que a nosotros mismos, era escuchar en cada ladrido nuestros gritos y su mierda tenía la expresión de nuestras caras cuando nos peleábamos.
Recuerdo un feriado largo de semana santa, habíamos visto Ben Hur  ya dos veces, ella era apegada a las reglas cuando le convenía y por ser santa la semana no podíamos tener sexo. Habíamos sacado a pasear a Troy y el feriado nos había apaciguado al punto que parecíamos felices. De regreso compramos un pollo a la brasa que dejamos encima de la cocina y al volver de una ducha el perro se había comido el pollo. La verdad ni siquiera lo había comido, solo lo tiro al piso y se había cagado encima. Para mí fue algo más allá de una simple travesura canina, el perro se había cagado encima de nosotros, de nuestra felicidad, de nuestro futuro. Ella lo sintió peor al punto que cogió la tetera llena de agua hirviendo y se la tiro encima.
Los días siguientes era más agónico que nunca, los lamentos, el llanto, la mierda de Troy. Así que ideamos algo, lo mataríamos; pero no podíamos decirlo, nos tomarían por locos, por enfermos pero lo teníamos que hacer. Lo ahogamos en un balde grande y en cuanto terminamos ella me culpo, lloro y no dejo de golpearme hasta que la tumbé en el suelo del patio y tuvimos el mejor sexo que habíamos tenido desde que nos conocimos. Nos revolcamos en el patio tumbando el balde lleno de agua y pelos  junto al cuerpo de Troy que curiosamente tenía un gesto de sonrisa. Ahí quedó embarazada de nuestro primer hijo cuyo segundo nombre es Troy.    
                      
Juan Peres



El anterior relato ha sido escrito por un amigo de Gonzalo Gozza.