Ya habíamos cumplido 17 meses
conviviendo, casi año y medio, y a estas alturas el sexo era ya monótono, las
peleas frecuentes y varias veces había preferido quedarme a dormir en un hostal
solo que volver a la casa. Cuando empezamos la relación nunca pensamos que así
seria, y si lo pensamos nunca creímos que llegaría a tanto, ahora
entiendo lo que decía mi padre, ahora sé porque no se alegró cuando le dije que
me mudaría con ella.
Como solución pensamos que lo mejor
sería ser tres. No un bebe, no en esas condiciones; quien vendría a solucionar
todos nuestros problemas seria Troy, un perrito lanudo, blanquito con manchas
negras. Nunca supe que raza era, solo que tenía una misión que iba más allá de
su propia naturaleza y que algo teníamos que intentar.
Al inicio fue genial, como todo lo es
al comenzar, lo bañábamos juntos, lo llevamos a todos lados, le comprábamos
juguetes y la comida más cara para que este feliz. Incluso nos quedábamos
mirándole comer y hasta cuando cagaba nos daba risa. Ni hablar de cuantas veces
fue testigo de una pasión que parecía resurgir. Troy hacia su trabajo y
nosotros lo amábamos y nos amábamos por él. Incluso comenzamos a
pensar que sería aún mejor si Troy fuera un bebe, un bebe humano. La idea era
tan cercana que dejamos de cuidarnos para ver si algo sucedía.
Troy de cachorro era encantador, pero
la naturaleza es dinámica y sabia, así que empezó a crecer y su mierda ya no
daba risa, sus gruñidos se convirtieron en ladridos y su encanto se
convirtió en martirio, la pelea ya no era por quien lo cargaba sino por quien
lo sacaba. Se dice que un perro es como su dueño y Troy era un espejo de
nosotros, de nuestras iras y malestares, del estrés y la tensión de nuestra
relación y al vernos reflejados en él comenzamos a odiarlo aún más que a
nosotros mismos, era escuchar en cada ladrido nuestros gritos y su mierda tenía
la expresión de nuestras caras cuando nos peleábamos.
Recuerdo un feriado largo de semana
santa, habíamos visto Ben Hur ya dos veces, ella era
apegada a las reglas cuando le convenía y por ser santa la semana no podíamos
tener sexo. Habíamos sacado a pasear a Troy y el feriado nos había apaciguado
al punto que parecíamos felices. De regreso compramos un pollo a la brasa
que dejamos encima de la cocina y al volver de una ducha el perro se había
comido el pollo. La verdad ni siquiera lo había comido, solo lo tiro al piso y
se había cagado encima. Para mí fue algo más allá de una simple travesura
canina, el perro se había cagado encima de nosotros, de nuestra felicidad, de
nuestro futuro. Ella lo sintió peor al punto que cogió la tetera llena de agua
hirviendo y se la tiro encima.
Los días siguientes era más agónico que
nunca, los lamentos, el llanto, la mierda de Troy. Así que ideamos algo, lo
mataríamos; pero no podíamos decirlo, nos tomarían por locos, por enfermos pero
lo teníamos que hacer. Lo ahogamos en un balde grande y en cuanto terminamos
ella me culpo, lloro y no dejo de golpearme hasta que la tumbé en el suelo del
patio y tuvimos el mejor sexo que habíamos tenido desde que nos conocimos. Nos
revolcamos en el patio tumbando el balde lleno de agua y pelos junto
al cuerpo de Troy que curiosamente tenía un gesto de sonrisa. Ahí quedó
embarazada de nuestro primer hijo cuyo segundo nombre es Troy.
Juan Peres
El anterior relato ha sido escrito por un amigo de Gonzalo Gozza.
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