El día de mi boda conversé con mi suegra
ya avanzado de copas; ella también se encontraba extasiada por el champagne y
sonreía gustosa tras cada sorbo. Me confesó con total soltura que todas sus
hijas eran neuróticas como ella, que los problemas no resueltos con los
padres transmutan en la mente como fantasmas y se encargan de atormentar cada
paso. Ya había recibido en algunas
oportunidades alguna amenaza o injuria de su parte, presa de la ira por la
irresponsabilidad de su hija conmigo. No me sorprendió y asentí sonriendo.
Los patrones de conducta son heredados y
reforzados por la convivencia; es en la construcción de esquemas mentales
defectuosos e improvisados que queda todo el estilo del progenitor, se repiten
los errores obedeciendo mensajes negativos ancestrales. Ya sabía que había algo
malo con mi esposa antes de casarme pero no pensé que la aclaración de la madre
tendría una relevancia tan grande pocos años después de la ceremonia. Lo tome
como una metáfora muy elegante de las peleas cotidianas.
Durante el primer año la vida conyugal
tenía el sentido de hacer el amor; cumplir con la rutina laboral y de
abastecimiento para llegar al lecho y consumar el acto. No sentía que cometía
abuso aunque algunas veces utilice la fuerza como afrodisiaco sometiendo y
estimulando a la vez. Siempre practique el juego del verdugo cumpliendo así mis
objetivos de darle ambos caminos; la perversión y el amor de la misma fuente,
manejado todo con dulce comprensión y férrea disciplina.
Las prácticas fueron cada vez más
exigentes y prometimos no limitar esas sensaciones ni romper nuestro lazo
matrimonial. Nadie se iría con nadie, eso estaba claro. Ella sugirió la
presencia de un collar que su mama le había dado, algo que me pareció
inofensivo así que accedí sin ningún reparo a que lo llevara cuando tuviésemos
nuestros encuentros. Nunca confirme en que momento comenzó a funcionar pues me
negaba a conectar la evidencia y solo disfrutaba de la exuberancia floreciente.
Se volvió entonces una sensación de no
poder contener el placer y desbordarse alimentando su ego con el mismo juego
que conocía, solo habían cambiado los roles. Las cosas habían comenzado de
forma muy emocionante pero poco a poco las largas jornadas amorosas dejaban un
agotamiento evidente por lo que empecé a recibir ayudas de suplementos y
comidas que me preparaba mi esposa, muchas con una apariencia ordinaria que no
hacían levantar ninguna sospecha.
Siempre pensé que todo en mi casa
funcionaban de forma armoniosa y que estábamos bien con Dios pero se mantenía
un ambiente de continua tensión hasta el momento en que nuevamente
concretábamos el acto sexual. El desparpajo y las ansias generadas por una
sensación de dominio sobre el otro hacían que las palabras más incisivas
aparezcan desafiantes e insolentes a modo de combustible destructivo para un
sexo cada mes más vehemente.
Reconozco haberle pegado y disfrutado al
ver su respuesta, su sonrisa malévola reclamando un castigo más severo mientras
mantenía mis envestidas. He gozado alimentando esa bestia caustica en la que se
transformaba y que me pedía traspasar los límites de mi ética. Los insultos y
las burlas no se detuvieron sino que se agudizaron atacando mi honor y mi
autoestima. Ya no era un juego sino que había surgido una necesidad de
lastimarme psicológicamente para tener un sexo más violento, casi criminal.
Una de las cosas adicionales que me
hicieron sospechar fueron algunos objetos que encontré bajo la cama. Unos
santos, un cuchillo, cigarros, ron… Sabía que no tomaba ni fumaba. Solo había
visto en películas lo que estaba ocurriendo en mi propia casa. El mal carácter
de mi mujer y su visión tan apocalíptica no se debía únicamente a esos
problemas sin resolver sino también a una influencia pagana y a una activa
participación en los protocolos correspondientes de sus prácticas.
Cuando me di cuenta del hecho de que
alguna especie de ritual o de celebración estaba ocurriendo, confronté a mi
esposa con autoridad y firmeza sin embargo no sabría cómo explicar lo que me
ocurrió o el tipo de amenaza que recibí ante ello. Incluso el medio usado es
algo que en la visión natural y lógica de las cosas no ocurre, los sueños no
son más que representaciones de nuestra vida consciente no vehículos de
mensajes o de presencias siniestras. Es difícil no volverse loco.
Es más difícil en donde me encuentro, sin
alguna otra vida que no sea la mía. Sin tiempo ni espacio. La puerta de salida
es una entrada cuando uno la cruza, como si la misma casa estuviese conectada a
su saliente. No puedo evitar disculparme conmigo mismo a veces por no cumplir
el capricho de una mujer intensa, estuviese libre y fuera de esta casa que se
convirtió en mi arcano, casa que es la mía; donde yo me acostaba con ella y
donde ansiaba llegar después del trabajo.
Donde tuve momentos de ternura y pude
descansar con alguien, donde había una mujer que me atendía. Extraño mucho eso
ahora que estoy solo sin los días y las noches ¿Habrá sido todo un juego egoísta
lleno de sadomasoquismo o en verdad quería que la mate? ¿Era ese el desenlace
de un extraño ritual que se estaba llevando a cabo o era yo el que iba a ser sacrificado? Tengo mucho tiempo para pensarlo mientras bebo mi café. Al menos
tuvo esa consideración... Gracias Gatita.