martes, 27 de noviembre de 2012

Bunbury

Una Crush en la mano en un instituto aburrido, de una ciudad aburrida, donde llevaba una clase aburrida tratando de entender a Bunbury y su llamado a la "incordancia". "¿Qué quiso decir este hijo de puta?" pensaba. Para crecer hay que romperlo todo, si no te quedas estancado en lo que otros crearon: en la inconformidad de tus padres, en la mediocridad de tus profesores, en la forma miedosa en que tus amigos conocieron a sus parejas, etc. Se sentía desdichado porque pese a que lo entendía no sabía cómo romperlo todo, el todo parecía irrompible o peor aún que al romperlo no quedaba nada. En su mente perturbada no entendía que ese nada era algo que podía ser el todo.


Había una luz muy en el fondo que se había vuelto mas clara. Su trabajo le había permitido ver parte del mundo, no era tan difícil salir, pensaba. Trabajar afuera, ganar dinero, tener conocimiento, todo eso le parecía factible pero había algo que no solo dependía de él y era encontrar una mujer, lo que no tenia relación de cuánto estudies o cuan bueno seas. Las mujeres eran para Guillermo incomprensibles en sus gustos, tontas para dar respuesta, conservadoras en la cama pero... ¿Qué hacer con eso?¿Cómo romper con esa tara que parecía indestructible? En esos momentos recordaba a una meiga gallega que un día se cruzó en su camino, le hablo de Kundera y le canto en gallego. Esos recuerdos eran los que más le entristecían. ¿Por qué no viajas? Le decía su camarada Gonzza y  daba excusas. En el fondo sabía que ella ya no lo quería, que como toda meiga dejan un maleficio que carcome el alma y rinde al corazón, ya no había en ella nada más que intentar, nada más que quiera arriesgar.

Ese sábado en el recreo de esa clase aburrida de un instituto aburrido de una ciudad aburrida había una actividad; el paso para ver, para no entrar a clase quizá. Un chica repartía café, se acercó y le bromeo, vio como otros más osados se tomaban fotos y le hacían reír, camino pensado en lo asqueroso que es el café con azúcar y sin querer Bunbury y su incordancia resonaban en su mente, le golpeaban el cerebro "rómpelo todo, perdedor maricón, Bunbury y su voz fingida y las mil españolas que le habrían comido la polla, maricón hijo de mil putas con tu guitarra y tu ridículo aspecto de Morrison". Arrojó el café al suelo ante la mirada atónita de esos profesores calvos y gordos vestidos con chalecos de lana, de lentes gruesos y caspa en las patillas. "Los hombres que no han roto ni a sus propias mujeres, perdedores, puñeteros armarios llenos de mierda, mal paridos hijos de una camionada de mil putas" pensó mientras caminaba directo a ella con las manos sudorosas y el corazón que le golpeaba en el pecho. "Hola" él, "¿Café?" ella, "No , solo quiero decirte que en este lugar de mierda y en toda mi perdedora vida tu eres la mujer más hermosa que haya visto y no espero que me digas nada aunque sé que no lo harás y es que solo quería, solo quería...que lo sepas" , mientras la gente que esperaba su café lo miraban y algunos sonreían. Volteo y camino rápido pero tranquilo con el miembro que le rompía los pantalones
En el baño de hombres mientras unos meaban y otros se cambiaban después de jugar pelota; el la tenía con el calzón amarillo puesto de lado, sintiendo los bellos mal rasurados de su sexo mientras su polla entraba y salía, ella lo abrazaba y el mordisqueaba sus pezones ardientes y sentía olor a sudor de mujer mezclado con aliento a café con azúcar. A gloria. "Bunbury fornicando con mil meigas cacheras de Galicia" pensó y sonrió.






El anterior relato ha sido escrito por un amigo de Gonzalo Gozza.

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