3am en un hostal de Lima la trágica, tendido en la cama con
los ojos muy abiertos observando cómo las sirenas azules del serenazgo pintaban
el techo percudido del local, mano derecha atrás de la cabeza y con la
izquierda haciéndose una paja. Así se pasaba la noche Guillermo después de
dejar su casa, pensando en aquel día, el día de su caída.
Había fumado yerba con un amigo antes, se encontraba en lo más alto de la ciudad entre las mansiones de Casuarinas
después de mucho alcohol con alguien que esta vez no cuidaría de él ¿Unos toques de maldi? – le había
ofrecido despreocupadamente, sabía que no iba a tener que insistir para
que diga que sí y había aceptado como si hubiera estado
esperando que sucediera. Después del tercer toque todo se había vuelta confuso,
sentía que sus palabras no eran suyas y más aun que sus ideas brotaban de algún
lugar desconocido en él… Se había parado en la baranda que separa el barranco y
claramente aun recordaba haberle dicho a su amigo: “No creas que soy suicida
pero hay veces que al estar cayendo tienes esa sensación de sentirte libre”y desde aquel día Guillermo había perseguido esa
sensación de libertad, cayendo día a día de todas las formas posibles. Tenía
que ser libre y sabia que solo así podría ser feliz, libre de tomar lo que
quisiera, de acostarse con quien quisiera y de vivir como quisiera.
Dentro de esa nebulosa en la que se encontraba había
podido meditar en lo que es ser libre, un diagrama de cuerpo libre; es situar el objeto en una posición ideal donde ninguna fuerza ejerce
efecto sobre él. La ausencia de fuerzas es la libertad pero, ¿como entonces podía ser libre cayendo?
¿No es acaso una caída el sometimiento a la fuerza más común de la
naturaleza que es la gravedad? ¿Por qué
su abandono a la caída no terminaba de hacerlo feliz? Todo le resulto en ese
momento evidente, no estaba siendo libre, solo presa de la caída, vulgar pero tentadora.
Convencido de lo que debía hacer se puso la camisa y salió
del cuarto de hostal en plena garua de invierno. Cuando llegó a su casa eran
ya casi las 4:30am. Toco la puerta con tanta fuerza que hasta los vecinos
salieron a ver qué pasaba, ella salió al rato con una bata corta de escote
amplio, la vio fijamente, vio como la garua humedecía la bata y marcaba sus
pechos. Te odio, pero no podía decírtelo antes. Te odio porque…porque me sentí un imbécil siempre que estaba a tu lado…Mientras
sus lagrimas se mezclaban con la garua que ya se había convertido en lluvia.
Se le acerco un poco mas y le tiro una cachetada, la vio
caer al suelo y al levantar la vista vio a su marido que estaba parado unos metros atrás con una pistola Taurus calibre 45, sonrió y recordó ese momento en que caía en Casuarinas. La bala le partió en
cráneo en 2 y él estúpidamente seguía sonriendo.
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