jueves, 19 de junio de 2014

Falling

3am en un hostal de Lima la trágica, tendido en la cama con los ojos muy abiertos observando cómo las sirenas azules del serenazgo pintaban el techo percudido del local, mano derecha atrás de la cabeza y con la izquierda haciéndose una paja. Así se pasaba la noche Guillermo después de dejar su casa, pensando en aquel día, el día de su caída.
Había fumado yerba con un amigo antes, se encontraba en lo más alto de la ciudad entre las mansiones de Casuarinas después de mucho alcohol con alguien que esta vez no cuidaría de él ¿Unos toques de maldi? – le había ofrecido despreocupadamente, sabía que no iba a tener que insistir para que diga que sí y había aceptado como si hubiera estado esperando que sucediera. Después del tercer toque todo se había vuelta confuso, sentía que sus palabras no eran suyas y más aun que sus ideas brotaban de algún lugar desconocido en él… Se había parado en la baranda que separa el barranco y claramente aun recordaba haberle dicho a su amigo: “No creas que soy suicida pero hay veces que al estar cayendo tienes esa sensación de sentirte libre”y desde aquel día Guillermo había perseguido esa sensación de libertad, cayendo día a día de todas las formas posibles. Tenía que ser libre y sabia que solo así podría ser feliz, libre de tomar lo que quisiera, de acostarse con quien quisiera y de vivir como quisiera.
Dentro de esa nebulosa en la que se encontraba había podido meditar en lo que es ser libre, un diagrama de cuerpo libre; es situar el objeto en una posición ideal donde ninguna fuerza ejerce efecto sobre él. La ausencia de fuerzas es la libertad  pero, ¿como entonces podía ser libre cayendo? ¿No es acaso una caída el sometimiento a la fuerza más común de la naturaleza que es la gravedad? ¿Por qué su abandono a la caída no terminaba de hacerlo feliz? Todo le resulto en ese momento evidente, no estaba siendo libre, solo presa de la caída, vulgar pero tentadora.
Convencido de lo que debía hacer se puso la camisa y salió del cuarto de hostal en plena garua de invierno. Cuando llegó a su casa eran ya casi las 4:30am. Toco la puerta con tanta fuerza que hasta los vecinos salieron a ver qué pasaba, ella salió al rato con una bata corta de escote amplio, la vio fijamente, vio como la garua humedecía la bata y marcaba sus pechos. Te odio, pero no podía decírtelo antes. Te odio porque…porque me sentí un imbécil siempre que estaba a tu lado…Mientras sus lagrimas se mezclaban con la garua que ya se había convertido en lluvia.
Se le acerco un poco mas y le tiro una cachetada, la vio caer al suelo y al levantar la vista vio a su marido que estaba parado  unos metros atrás con una pistola Taurus calibre 45, sonrió y recordó ese momento en que caía en Casuarinas. La bala le partió en cráneo en 2 y él estúpidamente seguía sonriendo.









El anterior relato ha sido escrito por un amigo de Gonzalo Gozza. 

No hay comentarios: