¡Ándate a la concha de tu madre con tus prohibiciones y
tus lágrimas de mierda!
Con esas palabras salió de la casa de ella y nunca más volvió, con esas
palabras se sentencio a sí mismo y continuo con su autodestrucción.
Como les pasa a los bebedores medianamente exitosos; le alcanzaba el dinero
para comer y tomar perdiendo el buen gusto y los modales a partir de las diez
de la noche. Vivía solo en un departamento alquilado y los días que pasaba en
solitario eran los más decadentes; no se bañaba ni se afeitaba y la misma ropa
con la que andaba era con la que dormía. Eran fines de semana y feriados no
laborables cuando seguía este patrón; salir del trabajo directo a
una licorería cercana a su casa después de pedir algo para llevar y
comer en el camino.
Su cuarto y la sala amanecían con recipientes descartables,
restos de comida, colillas de cigarro en la mesa, en las sillas
o en la cocina, uno que otro escupitajo en el piso, la ausencia total de
orden o cuidado hacía creer que en esa casa una mujer no había puesto pie en
mucho tiempo pero eso era falso. Varias mujeres habían puesto el pie y más que
eso, las recogía de alguna licorería en su regreso de
alguna expedición por cigarrillos o por la última botella de
la noche, en su mayoría chicas ebrias o prostitutas. Estaba tan
intoxicado algunas veces que ni siquiera las follaba, se dio
cuenta que la libido no podía materializarse cuando ya
tenía más de botella y medía encima así que buscaba alguien con quien
seguir tomando para poder dormir acompañado, para no tener que levantarse solo
en una casa inmunda. Un pretexto para follar en las mañanas
y así sentirse un hombre normal, con costumbres normales y
con cabellos largos pegados en su ropa interior. Claro está que sufrió
algunos robos nimios: su reloj, un par de billetes, una casaca, la comida que
había guardado para la noche… pero eso que importaba con tal de poder reconocer
un ser humano al despertar, con tal de tener a una mujer después de vomitar y
de sentir el enjuague bucal. El enjuague bucal era el antídoto del olor
a mala vida.
Las cosas en el trabajo no iban tan bien por las tardanzas y descuidos en
el aspecto personal pero ya había sido nombrado, así que no se preocupaba mucho
de la estabilidad, además tenía amigos bien colocados; otros alcohólicos
consumados que no tenían miedo de cambiar el mundo por una botella. Todo seguía un
curso tranquilo, destructivo pero tranquilo, ya nada rompía la rutina
de ebriedad total de fin de semana y de ebriedad leve y disimulada en los
demás días.
Ese tío sí que apesta, ¿Es qué ese tipo sigue aun con
vida? ¿En qué área trabaja que nadie le
ha oído hablar jamás? Buenos días Sr. Mendieta. Un día más en esta vida de mierda…Buenos días. El día transcurriría calmo y sin novedades
cumpliendo lo requerido sin ánimos de ser mejor persona. Las horas se
tornaban sombras erguidas pasando por el vidrio de su oficina hasta el momento
en que la ausencia de ellas hacía notar que ya era momento de la salida, de
manejar lejos de allí.
Parado en un malecón al borde de su cordura en
el océano del tiempo, viendo como el bailoteo de las olas
siembra una distancia entre el hombre que fue y el hombre muerto que andaba con
sus trajes puestos. La estrella que miraba era un astro
errante que encontró de nuevo su camino dejándolo sin guía.
Una foto en la cartera, una canción de la radio le devuelve de nuevo a esos tiempos
en que no bebía para tolerar sino para celebrar la vida. El
perentorio nacimiento del amor en una lejanía que hace que las
cosas que se vivieron parezcan solo haberse soñado. Esos cabellos
largos que le fastidiaban al dormir juntos, escrutando sus poros y creando
una conexión latente con los latidos del otro corazón, casi el
mismo sueño en paralelo pero en diferentes versiones, estar juntos para
siempre.
De vuelta al coche ya con otra canción ambientando todo. Era momento de buscar
una botella más para ir a beberla a solas, un pisco Italia y el aroma de una
fiesta inalcanzable con la familia que ya no le quiere ver, un sonido seco en
un cuarto oscuro con una luz muy tenue. Esta vez un grupo de muchachos estaban afuera del local haciendo la junta
para lograr comprar alguna botella barata con que montarse una alegre cogorza.
Eran chicos y chicas; parecidos ellos en su espontaneidad y risas al grupo que
frecuentaba cuando estaba en la universidad o en la academia, todos despreocupados
y libres en su búsqueda de aventura sin sentido. Nostalgia de un tiempo que no
aprovecho mejor… todo estaría bien después de media botella. De salida una
de las chicas se le acercó para pedirle unas monedas, le dio cinco soles y se
gano así una sonrisa de agradecimiento; no le importo en lo absoluto. Se fijo
en los detalles de su pelo teñido y sus lentes tipo Roy Orbinson, la forma en que ella vio su tormento como algo
excitante quedo en el aire. Siguió de largo, abrió la puerta de su coche y
enrumbó a casa, manejo completamente consciente de una posibilidad con esa
muchacha y aun así bebió con la misma convicción con que lo había hecho horas
antes. Es solo un momento el que nos destruye por completo y manda a la borda
nuestra voluntad, un pequeño extracto de tiempo que se estira conteniendo la
imagen de las cosas buenas, volviéndolas una masa uniforme de paranoia. No
se muestra dolor cuando se está muriendo.
La sorpresa de una nueva mañana, la luz incesante que siempre se las
arreglaba para entrar por su ventana entre las cortinas, el orden estaba
deshecho en la ropa y las sillas. A medida que la luz invadía el espacio se
podía hacer una breve descripción de los hechos. Cada quien se da cuenta que
respira y se miran a los ojos, una sonrisa, un buenos días. Lo primero que
viene a la mente es que siendo el anfitrión tiene derecho sobre esa
vida, está bajo su responsabilidad darle buena atención; la cintura lozana y
carnosa de una joven, el olor a mujer y a cabellos de un shampoo que no usaría,
el rostro joven que no envejece con los excesos y que sigue el camino de unas
curvas blancas de piel firme que sin buscar la perfección la encuentra. Es la
juventud que dejo partir y había traído un obsequio. Trato de
recordar como se había formado esa escena y encontró un voucher en la
mesa, hora 2:38 am. Compró un paquete de cigarrillos y trajo algo más a
su casa; pero ¿Cómo había sido el desenlace? ¿Qué logro decirle
en su borrachera cuarentona? ¿Acaso importaba? Unos pasos a tientas
entre las cajetillas y las colillas para llegar a la nevera donde tenía algo de
jugo de naranja, un par de vasos y la amabilidad aun registrada en su
interior. Sírvete, debes
de tener sed... Gracias. Toma el contenido muy rápido y
mira alrededor. ¿En qué casa terminé? ¿No es este tío el de ayer? Era tan
hermosa y despreocupada, tan libre y sin intención de quedarse que uno
podría hacer lo que quisiese con ella si se lo proponía, era un capullo
aún cerrado a la madurez, era la exacta medida del sueño y estaba desnuda, con
su cuerpo recostado y descansado, como si nada hubiese pasado el día anterior y
hubiese despertado de una siesta de muchos años, con el sexo depilado y la piel
suave, barritos en la espalda y unos senos muy firmes, muy reconfortantes.
Naturalmente hicieron el amor y luego se ducharon juntos, música de Duke Ellingthon sin que ella
supiese quien es. Salieron a almorzar y después a la estación a
embarcarla. El día transcurrió en paz, no se bebió más durante el fin de
semana.
La semana volvió a empezar dentro de su oficina con un poco de
vodka con jugo de fruta y un mejor semblante, las cosas habían cambiado en
cuestión de ánimo y el tiempo ya no era tan denso; se añoraba el fin de
semana para poder escapar nuevamente a sus botellas, a su oscuridad, a las
caminatas dentro de una terraza abierta con la noche llena de ecos, a los
sonidos de la marea de vientos que acariciaban las casas, el edificio y los árboles
para llevarse un poco de esencia dentro de ellos, donde la luz es tenue y solo la
luna refleja la caída de todos los sueños de vida eterna, los crímenes
y la parte negra de la vida, las uñas sucias manchadas de un rojo vivo y
caliente, recordaba lo que había vivido, lo que había perdido; con tanta boca abierta
rodeándole no tenía más miedo que sentir. Con que intensidad brilla la
luna cuando no se tiene piedad de sí mismo. Eran tiempos tranquilos los de ese
instante, solo recordaba bebiendo. Había que terminar pendientes, aún estaba en el trabajo y ni siquiera era hora de almorzar pero se alimentaba con un termo lleno de whiskey con leche.
Después de que la semana
transcurrió fue a su casa a embriagarse y se quedo dormido temprano
por atiborrarse de hamburguesas y papas fritas. Una llamada clandestina de
madrugada, una voz conocida de mujer joven, un olor a vulva frutada, la caída de
sus pestañas cerrando las puertas del tiempo: Que la recoja, que está por la
principal. Será la vez que perdería por completo la fé en las cosas y la
depositaria en su capricho. Las luces de la noche, las estrellas de
neón que gobiernan los caminos del inconsciente, llegó a su encuentro y le
subió al auto; botas y un vestido, un único respiro para poder besarle, su
olor a fertilidad y a esencias, el comienzo de una velada de risas y
licor, cariños comprensivos y algunos otros con fuerza animal. La juventud
de ella permitía el exceso de él. Dos avenidas, un semáforo, luces intermitentes, la path: Estaciónese a la derecha. No había
ningún problema, tenía todos los documentos y había estado durmiendo antes de
salir. Un tufillo ínfimo que trataba de disimular con serenidad y colaboración: Tranquila, no pasa nada, obviamente
pensando en un par de billetes por si había algún proceso engorroso que
evitar. Buenas noches, dígame... Que
había operativo, que es de rutina, ¿Qué si había bebido ud?, que le permita sus
documentos… Una revisión laxa con su compañero en la camioneta, unos minutos
mientras trataban de buscar algo de que prenderse y aplicar justicia. Las
negativas con toda la seguridad de que no había cometido falta alguna, de que
no presentaba ninguna irregularidad y de que estaba en todos sus cabales
hicieron desistir al policía de seguir presionándole, miró las piernas a
su acompañante con su linterna. Tuvo que mostrar su rostro rígido y
grasiento de mamífero esclavo de un amo, de bestia de alguien más. Le devolvió
sus documentos y se retiro a hacerle exactamente lo mismo a algún despistado y
asustadizo insomne. La carretera siguió con sus luces en silencio un pequeño
instante. Se vieron a los ojos... Estaba
en una fiesta pero deseaba verte... que descarado ese policía... Risas
cómplices. La curva de la muerte hacia una nueva noche de vasos llenos y de
besos dulces, besos fuertes, besos de mentira y de verdad.
La luz de una sala y
el sonido de una puerta cerrarse. Ella camina directo al baño dejando su casaca
jean en la mesa, el recoge la basura rápidamente para que no se vieran tan
desgraciados sus días, unas bolsas de plástico, licor y cigarrillos, hielo y
agua mineral, una cintura suave y una carga irresistible de manipular. Tener
sentimientos de nuevo y la sensación de bienestar al ser correspondido, algo
está pasando cuando la hace suya, algo esta uniéndose entre ellos dos y sus
fluidos… es la parte agradable de la vida; no se necesita nada más que amor.
Las mujeres cuando lastiman sienten que equilibran las
cosas. Sienten que les pertenece ese sufrimiento y tienen que desembocarlo para
poder dormir tranquilas ¡No creas en su llanto! La amistad de Guillermo y unas palabras toscas entre copas de vino, el
buen semblante por tener una pelea con una chiquilla y saber que se
reconciliarían le hacía verse más joven. El vino amenaza con transformar las
preocupaciones en ironía sin sentido, volverlas algún relato entre rostros añejos por
la sal del tiempo. Tendría que sentir ese pequeño consejo como algo
proveniente de una persona que le estimaba, que quería su bienestar pero ya se
encontraba bajo un hechizo, ya no quería detenerse en el compromiso tácito de
quererse. Un poco más de vino con la esperanza de alcanzar el fin de semana
para poder librarse de las preocupaciones banales de la organización. La
asociación entre personas disimiles por una circunstancia meramente laboral le
había dejado de interesar hace mucho. Trataba de concluir lo antes posible para
poder estar libre y lejano, para poder beber de la juventud ajena y ser de
nuevo fresco, despreocupado.
En el último día de su vida no pudo dormir bien. No podía dejar de soñar
con lo que había perdido. Con las vidas iguales a las que él tenía. Era un
puñado de fuerza bruta que aun no había podido disfrutar de las cosas triviales
del sistema o si lo habían hecho, aún se aferraban a mantener la vida dentro de
sus cuerpos agrios y ajados. Habían esperado todas esas horas y no merecían el
destino que tuvieron que enfrentar, no mereció sobrevivir para derramar cada
instante en una caída libre hacia el suave terciopelo infernal... No debió
salir de su casa, haberle insultado a punto de redimir su tragedia gracias a su
amor, no se puede huir del destino, del cielo te caen los clavos. Pero de nuevo
tenía otra oportunidad, todavía se podía salvar. Las ternuras que tanto añoraba
ahora provenían de un nuevo amor pasajero que no tenía reparo en admitir
eterno, quería estar con ella por siempre, darle todo lo que podía y cumplir
sus deseos, no cometer el mismo error.
La oficina esta vez tuvo menos acción que de costumbre y no había mucho por
hacer. Tuvo tiempo libre y el cruel insecto del remordimiento anidaba en su
pensamiento, sembraba huevecillos de un amargo desconcierto; no era ella, no, ese
amor certero que se hunde en lo más recóndito de nuestro pasado para
perdonarnos, ella ya no estaba más, ya la había perdido. Pero ahora no estaba
mal, no le importaba vivir el resto de sus días y tolerar, como las mujeres, lo
conveniente en vez de elegir lo real. Se lo diría, le diría que la amaba.
A la salida del trabajo subió a su coche y emprendió camino hacia unas
latas de cerveza helada. Lo necesitaba para apagar ese chirrido insoportable de
haberse dado cuenta de un error aun no enmendado. En un semáforo en rojo un
mimo empezó a hacer maromas en el paso de cebra. Una gran incomodidad por tener
que presenciar lo que él siempre considero una arista menor de la actuación, el
ridículo expresionismo de un payaso en blanco y negro. Al acercarse a su
ventana para pedir apoyo tuvo compasión, cogió unas monedas y con mano
extendida se las dio… Gracias
Mendieta... unos ojos rojos le erizaron la piel. ¿Quién es usted? Los cláxones de
los conductores y la sonrisa maléfica detrás de un maquillaje perfecto, unos
colmillos marcados y orejas con vellos anormales. Apretó el acelerador y
continúo sin mirar atrás, no podía comprender si lo que había visto era o no
algo de temer, pudo ser solo algún disfraz burlón de un actor callejero, una
persona que alguna vez conoció y que no recordaba. El corazón como un motor y
el sudor frió descendió por su espalda como una lagrima de
vidrio. La cerveza calmo en algo esto, solo un poco.
Llamo por teléfono y la escuchó, le pidió que viniese a su casa y así lo
hizo ella, se besaron intensamente antes de hacer el amor, tuvieron el instante
de equilibrio que es símbolo de entrega y de fin de búsqueda. No había cosas
difíciles por lograr, solo dinero y entretenimiento. Ella le pidió una toalla
para poder ducharse mientras él salió del cuarto para la cocina a prepararse un trago. El
sonido de la ducha y la música que habían puesto fue muy conveniente para lo
que iba a acontecer, il trillo del diavolo, el vapor lleno el cuarto de baño y ella se relajo.
¿Me recuerdas Mendieta? Volteo sorprendido hacia la ventana abierta que ya había percatado
como fuente de un viento gélido y anormal en esa temporada del año.
El mimo erguido con andar lento se le acercaba nuevamente con esos ojos
rojos que había guardado en su interior por el bienestar de la nueva vida que
había elegido desde ese día. Yo no
te he olvidado... Es mi estrella Algol la que perdiste del firmamento en uno de
mis ciclos ya conocido por los antiguos, son los ojos de la Gorgona que han
venido a reclamarte con justicia por lo que cometiste hace años, por el camino
que elegiste. El vicio es mi más común denominador y tú eres cómplice en mi
carrera a la desventura del mundo… Petrificado por el miedo y
totalmente consciente de lo que merecía observó sus propias manos sudorosas por
última vez y sintió el aliento pestífero, miro las pezuñas hendidas de su
inesperado invitado al caer. Al salir de la ducha lo encontró en el suelo tendido
y desprovisto de toda vida, la ventana abierta movía las cortinas en una danza
frenética y la luz de las estrellas hacía una noche especial.