martes, 24 de febrero de 2015

La Estrella del Diablo


¡Ándate a la concha de tu madre con tus prohibiciones y tus lágrimas de mierda!

Con esas palabras salió de la casa de ella y nunca más volvió, con esas palabras se sentencio a sí mismo y continuo con su autodestrucción.
Como les pasa a los bebedores medianamente exitosos; le alcanzaba el dinero para comer y tomar perdiendo el buen gusto y los modales a partir de las diez de la noche. Vivía solo en un departamento alquilado y los días que pasaba en solitario eran los más decadentes; no se bañaba ni se afeitaba y la misma ropa con la que andaba era con la que dormía. Eran fines de semana y feriados no laborables cuando seguía este patrón; salir del trabajo directo a una licorería cercana a su casa después de pedir algo para llevar y comer en el camino.      
Su cuarto y la sala amanecían con recipientes descartables, restos de comida, colillas de cigarro en la mesa, en las sillas o en la cocina, uno que otro escupitajo en el piso, la ausencia total de orden o cuidado hacía creer que en esa casa una mujer no había puesto pie en mucho tiempo pero eso era falso. Varias mujeres habían puesto el pie y más que eso, las recogía de alguna licorería en su regreso de alguna expedición por cigarrillos o por la última botella de la noche, en su mayoría chicas ebrias o prostitutas. Estaba tan intoxicado algunas veces que ni siquiera las follaba, se dio cuenta que la libido no podía materializarse cuando ya tenía más de botella y medía encima así que buscaba alguien con quien seguir tomando para poder dormir acompañado, para no tener que levantarse solo en una casa inmunda. Un pretexto para follar en las mañanas y así sentirse un hombre normal, con costumbres normales y con cabellos largos pegados en su ropa interior. Claro está que sufrió algunos robos nimios: su reloj, un par de billetes, una casaca, la comida que había guardado para la noche… pero eso que importaba con tal de poder reconocer un ser humano al despertar, con tal de tener a una mujer después de vomitar y de sentir el enjuague bucal. El enjuague bucal era el antídoto del olor a mala vida.

Las cosas en el trabajo no iban tan bien por las tardanzas y descuidos en el aspecto personal pero ya había sido nombrado, así que no se preocupaba mucho de la estabilidad, además tenía amigos bien colocados; otros alcohólicos consumados que no tenían miedo de cambiar el mundo por una botella. Todo seguía un curso tranquilo, destructivo pero tranquilo, ya nada rompía la rutina de ebriedad total de fin de semana y de ebriedad leve y disimulada en los demás días. 
Ese tío sí que apesta, ¿Es qué ese tipo sigue aun con vida? ¿En qué área trabaja que nadie le ha oído hablar jamás? Buenos días Sr. Mendieta. Un día más en esta vida de mierda…Buenos días. El día transcurriría calmo y sin novedades cumpliendo lo requerido sin ánimos de ser mejor persona. Las horas se tornaban sombras erguidas pasando por el vidrio de su oficina hasta el momento en que la ausencia de ellas hacía notar que ya era momento de la salida, de manejar lejos de allí.
Parado en un malecón al borde de su cordura en el océano del tiempo, viendo como el bailoteo de las olas siembra una distancia entre el hombre que fue y el hombre muerto que andaba con sus trajes puestos. La estrella que miraba era un astro errante que encontró de nuevo su camino dejándolo sin guía. Una foto en la cartera, una canción de la radio le devuelve de nuevo a esos tiempos en que no bebía para tolerar sino para celebrar la vida. El perentorio nacimiento del amor en una lejanía que hace que las cosas que se vivieron parezcan solo haberse soñado. Esos cabellos largos que le fastidiaban al dormir juntos, escrutando sus poros y creando una conexión latente con los latidos del otro corazón, casi el mismo sueño en paralelo pero en diferentes versiones, estar juntos para siempre.                        
De vuelta al coche ya con otra canción ambientando todo. Era momento de buscar una botella más para ir a beberla a solas, un pisco Italia y el aroma de una fiesta inalcanzable con la familia que ya no le quiere ver, un sonido seco en un cuarto oscuro con una luz muy tenue. Esta vez un grupo de muchachos estaban afuera del local haciendo la junta para lograr comprar alguna botella barata con que montarse una alegre cogorza. Eran chicos y chicas; parecidos ellos en su espontaneidad y risas al grupo que frecuentaba cuando estaba en la universidad o en la academia, todos despreocupados y libres en su búsqueda de aventura sin sentido. Nostalgia de un tiempo que no aprovecho mejor… todo estaría bien después de media botella. De salida una de las chicas se le acercó para pedirle unas monedas, le dio cinco soles y se gano así una sonrisa de agradecimiento; no le importo en lo absoluto. Se fijo en los detalles de su pelo teñido y sus lentes tipo Roy Orbinson, la forma en que ella vio su tormento como algo excitante quedo en el aire. Siguió de largo, abrió la puerta de su coche y enrumbó a casa, manejo completamente consciente de una posibilidad con esa muchacha y aun así bebió con la misma convicción con que lo había hecho horas antes. Es solo un momento el que nos destruye por completo y manda a la borda nuestra voluntad, un pequeño extracto de tiempo que se estira conteniendo la imagen de las cosas buenas, volviéndolas una masa uniforme de paranoia. No se muestra dolor cuando se está muriendo. 

La sorpresa de una nueva mañana, la luz incesante que siempre se las arreglaba para entrar por su ventana entre las cortinas, el orden estaba deshecho en la ropa y las sillas. A medida que la luz invadía el espacio se podía hacer una breve descripción de los hechos. Cada quien se da cuenta que respira y se miran a los ojos, una sonrisa, un buenos días. Lo primero que viene a la mente es que siendo el anfitrión tiene derecho sobre esa vida, está bajo su responsabilidad darle buena atención; la cintura lozana y carnosa de una joven, el olor a mujer y a cabellos de un shampoo que no usaría, el rostro joven que no envejece con los excesos y que sigue el camino de unas curvas blancas de piel firme que sin buscar la perfección la encuentra. Es la juventud que dejo partir y había traído un obsequio. Trato de recordar como se había formado esa escena y encontró un voucher en la mesa, hora 2:38 am. Compró un paquete de cigarrillos y trajo algo más a su casa; pero ¿Cómo había sido el desenlace? ¿Qué logro decirle en su borrachera cuarentona? ¿Acaso importaba? Unos pasos a tientas entre las cajetillas y las colillas para llegar a la nevera donde tenía algo de jugo de naranja, un par de vasos y la amabilidad aun registrada en su interior. Sírvete, debes de tener sed... Gracias. Toma el contenido muy rápido y mira alrededor. ¿En qué casa terminé? ¿No es este tío el de ayer? Era tan hermosa y despreocupada, tan libre y sin intención de quedarse que uno podría hacer lo que quisiese con ella si se lo proponía, era un capullo aún cerrado a la madurez, era la exacta medida del sueño y estaba desnuda, con su cuerpo recostado y descansado, como si nada hubiese pasado el día anterior y hubiese despertado de una siesta de muchos años, con el sexo depilado y la piel suave, barritos en la espalda y unos senos muy firmes, muy reconfortantes. Naturalmente hicieron el amor y luego se ducharon juntos, música de Duke Ellingthon sin que ella supiese quien es. Salieron a almorzar y después a la estación a embarcarla. El día transcurrió en paz, no se bebió más durante el fin de semana. 

La semana volvió a empezar dentro de su oficina con un poco de vodka con jugo de fruta y un mejor semblante, las cosas habían cambiado en cuestión de ánimo y el tiempo ya no era tan denso; se añoraba el fin de semana para poder escapar nuevamente a sus botellas, a su oscuridad, a las caminatas dentro de una terraza abierta con la noche llena de ecos, a los sonidos de la marea de vientos que acariciaban las casas, el edificio y los árboles para llevarse un poco de esencia dentro de ellos, donde la luz es tenue y solo la luna refleja la caída de todos los sueños de vida eterna, los crímenes y la parte negra de la vida, las uñas sucias manchadas de un rojo vivo y caliente, recordaba lo que había vivido, lo que había perdido; con tanta boca abierta rodeándole no tenía más miedo que sentir. Con que intensidad brilla la luna cuando no se tiene piedad de sí mismo. Eran tiempos tranquilos los de ese instante, solo recordaba bebiendo.  Había que terminar pendientes, aún estaba en el trabajo y ni siquiera era hora de almorzar pero se alimentaba con un termo lleno de whiskey con leche.                 

Después de que la semana transcurrió fue a su casa a embriagarse y se quedo dormido temprano por atiborrarse de hamburguesas y papas fritas. Una llamada clandestina de madrugada, una voz conocida de mujer joven, un olor a vulva frutada, la caída de sus pestañas cerrando las puertas del tiempo: Que la recoja, que está por la principal. Será la vez que perdería por completo la fé en las cosas y la depositaria en su capricho. Las luces de la noche, las estrellas de neón que gobiernan los caminos del inconsciente, llegó a su encuentro y le subió al auto; botas y un vestido, un único respiro para poder besarle, su olor a fertilidad y a esencias, el comienzo de una velada de risas y licor, cariños comprensivos y algunos otros con fuerza animal. La juventud de ella permitía el exceso de él. Dos avenidas, un semáforo, luces intermitentes, la path: Estaciónese a la derecha. No había ningún problema, tenía todos los documentos y había estado durmiendo antes de salir. Un tufillo ínfimo que trataba de disimular con serenidad y colaboración: Tranquila, no pasa nada, obviamente pensando en un par de billetes por si había algún proceso engorroso que evitar. Buenas noches, dígame... Que había operativo, que es de rutina, ¿Qué si había bebido ud?, que le permita sus documentos… Una revisión laxa con su compañero en la camioneta, unos minutos mientras trataban de buscar algo de que prenderse y aplicar justicia. Las negativas con toda la seguridad de que no había cometido falta alguna, de que no presentaba ninguna irregularidad y de que estaba en todos sus cabales hicieron desistir al policía de seguir presionándole, miró las piernas a su acompañante con su linterna. Tuvo que mostrar su rostro rígido y grasiento de mamífero esclavo de un amo, de bestia de alguien más. Le devolvió sus documentos y se retiro a hacerle exactamente lo mismo a algún despistado y asustadizo insomne. La carretera siguió con sus luces en silencio un pequeño instante. Se vieron a los ojos... Estaba en una fiesta pero deseaba verte... que descarado ese policía... Risas cómplices. La curva de la muerte hacia una nueva noche de vasos llenos y de besos dulces, besos fuertes, besos de mentira y de verdad. 
La luz de una sala y el sonido de una puerta cerrarse. Ella camina directo al baño dejando su casaca jean en la mesa, el recoge la basura rápidamente para que no se vieran tan desgraciados sus días, unas bolsas de plástico, licor y cigarrillos, hielo y agua mineral, una cintura suave y una carga irresistible de manipular. Tener sentimientos de nuevo y la sensación de bienestar al ser correspondido, algo está pasando cuando la hace suya, algo esta uniéndose entre ellos dos y sus fluidos… es la parte agradable de la vida; no se necesita nada más que amor.

Las mujeres cuando lastiman sienten que equilibran las cosas. Sienten que les pertenece ese sufrimiento y tienen que desembocarlo para poder dormir tranquilas ¡No creas en su llanto! La amistad de Guillermo y unas palabras toscas entre copas de vino, el buen semblante por tener una pelea con una chiquilla y saber que se reconciliarían le hacía verse más joven. El vino amenaza con transformar las preocupaciones en ironía sin sentido, volverlas algún relato entre rostros añejos por la sal del tiempo. Tendría que sentir ese pequeño consejo como algo proveniente de una persona que le estimaba, que quería su bienestar pero ya se encontraba bajo un hechizo, ya no quería detenerse en el compromiso tácito de quererse. Un poco más de vino con la esperanza de alcanzar el fin de semana para poder librarse de las preocupaciones banales de la organización. La asociación entre personas disimiles por una circunstancia meramente laboral le había dejado de interesar hace mucho. Trataba de concluir lo antes posible para poder estar libre y lejano, para poder beber de la juventud ajena y ser de nuevo fresco, despreocupado.

En el último día de su vida no pudo dormir bien. No podía dejar de soñar con lo que había perdido. Con las vidas iguales a las que él tenía. Era un puñado de fuerza bruta que aun no había podido disfrutar de las cosas triviales del sistema o si lo habían hecho, aún se aferraban a mantener la vida dentro de sus cuerpos agrios y ajados. Habían esperado todas esas horas y no merecían el destino que tuvieron que enfrentar, no mereció sobrevivir para derramar cada instante en una caída libre hacia el suave terciopelo infernal... No debió salir de su casa, haberle insultado a punto de redimir su tragedia gracias a su amor, no se puede huir del destino, del cielo te caen los clavos. Pero de nuevo tenía otra oportunidad, todavía se podía salvar. Las ternuras que tanto añoraba ahora provenían de un nuevo amor pasajero que no tenía reparo en admitir eterno, quería estar con ella por siempre, darle todo lo que podía y cumplir sus deseos, no cometer el mismo error.
La oficina esta vez tuvo menos acción que de costumbre y no había mucho por hacer. Tuvo tiempo libre y el cruel insecto del remordimiento anidaba en su pensamiento, sembraba huevecillos de un amargo desconcierto; no era ella, no, ese amor certero que se hunde en lo más recóndito de nuestro pasado para perdonarnos, ella ya no estaba más, ya la había perdido. Pero ahora no estaba mal, no le importaba vivir el resto de sus días y tolerar, como las mujeres, lo conveniente en vez de elegir lo real. Se lo diría, le diría que la amaba.

A la salida del trabajo subió a su coche y emprendió camino hacia unas latas de cerveza helada. Lo necesitaba para apagar ese chirrido insoportable de haberse dado cuenta de un error aun no enmendado. En un semáforo en rojo un mimo empezó a hacer maromas en el paso de cebra. Una gran incomodidad por tener que presenciar lo que él siempre considero una arista menor de la actuación, el ridículo expresionismo de un payaso en blanco y negro. Al acercarse a su ventana para pedir apoyo tuvo compasión, cogió unas monedas y con mano extendida se las dio… Gracias Mendieta... unos ojos rojos le erizaron la piel. ¿Quién es usted? Los cláxones de los conductores y la sonrisa maléfica detrás de un maquillaje perfecto, unos colmillos marcados y orejas con vellos anormales. Apretó el acelerador y continúo sin mirar atrás, no podía comprender si lo que había visto era o no algo de temer, pudo ser solo algún disfraz burlón de un actor callejero, una persona que alguna vez conoció y que no recordaba. El corazón como un motor y el sudor frió descendió por su espalda como una lagrima de vidrio. La cerveza calmo en algo esto, solo un poco.
Llamo por teléfono y la escuchó, le pidió que viniese a su casa y así lo hizo ella, se besaron intensamente antes de hacer el amor, tuvieron el instante de equilibrio que es símbolo de entrega y de fin de búsqueda. No había cosas difíciles por lograr, solo dinero y entretenimiento. Ella le pidió una toalla para poder ducharse mientras él salió del cuarto para la cocina a prepararse un trago. El sonido de la ducha y la música que habían puesto fue muy conveniente para lo que iba a acontecer, il trillo del diavolo, el vapor lleno el cuarto de baño y ella se relajo.  

¿Me recuerdas Mendieta? Volteo sorprendido hacia la ventana abierta que ya había percatado como fuente de un viento gélido y anormal en esa temporada del año. El mimo erguido con andar lento se le acercaba nuevamente con esos ojos rojos que había guardado en su interior por el bienestar de la nueva vida que había elegido desde ese día. Yo no te he olvidado... Es mi estrella Algol la que perdiste del firmamento en uno de mis ciclos ya conocido por los antiguos, son los ojos de la Gorgona que han venido a reclamarte con justicia por lo que cometiste hace años, por el camino que elegiste. El vicio es mi más común denominador y tú eres cómplice en mi carrera a la desventura del mundo… Petrificado por el miedo y totalmente consciente de lo que merecía observó sus propias manos sudorosas por última vez y sintió el aliento pestífero, miro las pezuñas hendidas de su inesperado invitado al caer. Al salir de la ducha lo encontró en el suelo tendido y desprovisto de toda vida, la ventana abierta movía las cortinas en una danza frenética y la luz de las estrellas hacía una noche especial. 






Algol en el Calendario de El Cairo.

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