No me molesta que mi mujer fantasee con artistas de rock o que se tome un respiro de mí de cuando en cuando para irse con sus amigas y con varones desconocidos que sirven de novedad, ambos casos sirven de afrodisíaco para ella que viene después sedienta al lecho conyugal. Tampoco me molesta que ella ría cuando hacemos el amor, alternando gemidos con carcajadas y que sea egoísta cuando debe gritar, ajustando sus labios para que no se le escapen los alaridos; pedazos de la niña que no se quiere ir de ella y de la propia malcriadez de no querer mostrarse entregada sino indomable, inalcanzable. Lo que a veces me molesta es su incapacidad de comprenderme y de comunicar transparentemente lo que está pensando. Cuando inicias una relación con alguien no significa que sus pensamientos te pertenezcan pero es desconcertante tener una reacción sin una causa. Risa sin sentido, miradas de desinterés, cosas que dice y cree que no entendí. ¿Qué dijiste? Nada. ¿Acaso crees que soy idiota y no me he dado cuenta que dijiste algo irónico? Claro, está última pregunta no se la he hecho nunca…nunca.
Lo más fácil es dejar pasar todo por alto, es más o menos el acuerdo mutuo que tenemos en el cual si no se entiende que tiene el otro; lo mejor es dejarle solo un buen rato hasta que se le pase. Pero, ¿Hasta que se me pase qué? La vida mía esta mucho más avanzada que la suya y probablemente en el momento en que yo muera aun será presta para el matrimonio y la vida en pareja. En unos años ya no podre acostarme contigo y tendrás que engañarme para alimentar ese apetito compulsivo que yo mismo he malcriado y todo esto llegará sin que me hayas entendido siquiera por unos momentos fuera de la cama. Ese debe ser el precio de tener una mujer que muchos anhelan, obtenerla en el momento en el que deseas y no el que te toca. Cuando las cosas no son tan sencillas de explicar como una película o una porquería de la televisión prefiero una copa de vino y el salón detrás de la cocina. Ella tiene el cuarto con la laptop y el teléfono congestionado en temas banales que a mí también me interesaron alguna vez, para conversar con sus amigas y amigos que no conozco. Sin embargo ellos si me conocen, soy el esposo de Norma, nada más. La parte mía que conocerán; no la sé. Seguro que fui un hombre maduro de negocios que tuvo suerte en el amor y consiguió una mujer inquietante para quienes no ven justo que de mi mano vaya una criatura tan bella. Envidia, siempre la envidia, aquella que incluso está en mi corazón ante esa falta de comprensión o en el de ella ante mi falta de juventud.
Hilda Elvira Carrero García, 1973.
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