Tumbado en
su cama después de ser nuevamente plantado por la misma mujer que parecía ya no
deseaba ser su amante, escuchando free bird de Van Zant, Guillermo pensaba en la película del ex
presidente asesinado Lincoln, en esa
extraña guerra de secesión de la que
pocos hablan, en todos esos gringos
sureños y en su extraño acento de hablar el inglés. Para muchos quizá Lincoln,
como Castilla en Perú, es recordado por haber abolido la esclavitud y con eso
darles el nivel de seres humanos a millones de negro que incluso hoy se dan el
lujo de tener un presidente, pero había algo que le inquietaba aún más: Lincoln
fue asesinado, y con eso
quedaba claro que puedes ser el mismísimo presidente del país más poderoso del
planeta y sin embargo puedes ser asesinado (¿Por qué? ¿Por quién? No era de su
interés). Lo único que a Guillermo le consternaba era que nadie se puede
escapar si alguien, por algún motivo, decide hacerte daño. Sea con razón o sin ella, sea por el bien de
muchos o de pocos y no tiene que haber motivo para hacer daño, ni mucho menos
justificación alguna, simplemente puedes hacerlo por placer.
Tomo su
billetera y se dirigió a la casa de la mujer que tanto le había costado ganarse
su cariño, y tenía claro que si se podía hablar de algún sentimiento ese solo
podía ser cariño. Llevaban ya dos años juntos en aparente calma, ella se había
acostumbrado a él y él ya no sentía ese miedo de verla sin pensar que lo
terminaría nuevamente. Por eso días salían más con amigos en común e incluso
habían llegado a reunir a sus familias en un almuerzo en el que sus padres se
emborracharon y tácitamente acordaron que si les gustaría ser suegros. Cuando
llego ella estaba terminando de alistar su maleta para el viaje en el que le
propondría matrimonio. Cuba sería el destino por decisión mutua, ella había
seguido una dieta estricta y se veía mejor que nunca, se podría decir que el
cariño estaba en su máximo expresión.
Le recibió
con un beso y se colgó de su cuello viéndole a los ojos y noto que algo había
en su mirada siempre esquiva. Mientras él
caminaba hacia la casa; miro el parque, los arboles encorvados, la
banquita en la que solían conversar, se detuvo por un momento y había sonreído
lentamente como cargando la pistola de pólvora con la que se le disparo a
Lincoln.
-
¿Pasa algo?
-
No
(imagino en ese momento que para el asesino de Lincoln no debió ser
fácil, seguro dudo).
-
¿Seguro? Se te ve raro…
-
La verdad es que si. Y la abrazo hasta que sus labios
quedaron a la altura de su oído izquierdo (dicen que es el oído más sensible de
las mujeres) ¿Te acuerdas ese día en el
parque cuando me dijiste que me largue? Ella se alejó lentamente con una
mueca de extrañeza, con esa mirada que anticipadamente sabe que va a llorar.
-
Eso ya paso… Dijo, como pidiendo disculpas por
algo que no se había dado cuenta.
La venganza sin hacer daño no es venganza y tiene que ser necesariamente
en el momento más inesperado, cuando el otro se siente seguro y confiado. El
sur nunca le perdono a Lincoln la libertad de los negros y lo mataron (versión
no oficial) cuando estaba en el teatro, seguro, confiado.
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